Pablo Martínez Osés (La Mundial): “El desarrollo sostenible es como el mapa de la isla del tesoro que queremos encontrar, pero todavía no sabemos cómo”
La sostenibilidad es el reto competitivo de nuestro tiempo. Porque, más que a una época de cambios, nos enfrentamos a un cambio de época. Una era en la que la Agenda 2030 de Naciones Unidas es “el mejor paraguas” para “hacer sostenible” eso que llamamos el desarrollo económico.
Quien lo asegura es una voz autorizada, Pablo Martínez Osés (@pablojmoses). Licenciado en Filosofía, Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales, y Máster en Estudios Contemporáneos Latinoamericanos, fue coordinador de la ‘Plataforma 2015 y+’, y de la campaña ‘Pobreza Cero’. Autor de varios libros y numerosos trabajos sobre cooperación internacional, sobre la Agenda 2015, y sobre la Agenda 2030, es también uno de los fundadores del colectivo La Mundial (@LaMundial_org).
Martínez Osés visitó la Universidad de Murcia (UMU) el pasado 23 de marzo de 2023 invitado por la Cátedra de Desarrollo Sostenible-Agenda 2030 (@Catedra2030UMU), para impartir la conferencia ‘La Agenda 2030: bases, enfoques y alianzas para una implementación transformadora’.
Se trató de la primera actividad de esta cátedra que codirigen los profesores de la Facultad de Economía y Empresa de la UMU Federico Martínez-Carrasco e Inés López. Fundada en 2022, el objetivo de esta nueva Cátedra de la UMU es establecer un espacio dedicado a la divulgación, la formación y la investigación en torno a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Su objeto se proyecta sobre los tres ámbitos principales de desarrollo sostenible, económico, social y medioambiental. La Cátedra sirve de nexo entre la academia, instituciones públicas y actores privados comprometidos con estos objetivos para avanzar en su consecución, a través de la realización de diagnósticos y de la formulación de propuestas, la difusión y la divulgación social, así como la formación de empleados públicos.
-Explíquenos como si fuéramos niños de cinco años qué es eso del Desarrollo Sostenible.
-El Desarrollo Sostenible es como el mapa de la isla del tesoro que queremos encontrar, pero todavía no sabemos cómo.
-Y si tuviera delante a un político o política actual, ¿qué consejo le darías para poder implementarlo en su día a día?
-Pues, básicamente, que tengan la humildad de reconocer que no saben cómo se hace el Desarrollo Sostenible. Porque humildad existe en nuestra clase política, fuera, por supuesto, de la cobertura de los medios de comunicación.
-¿Qué grandes desafíos tenemos como sociedad y en qué medida la Agenda 2030 ofrece una oportunidad para afrontar grandes retos sociales, económicos y ambientales?
-La Agenda 2030 tiene la virtud de estar aprobada por la totalidad de los jefes de Estado y los gobiernos de todo el mundo en el espacio más democrático que tenemos en el ámbito global, que es la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero, es verdad que es insuficiente, porque no es vinculante, no obliga jurídicamente ni permite establecer sanciones… Pero, desde el punto de vista normativo, del desiderátum de lo que se debería hacer, es el mejor paraguas debajo del cual poder aglutinar voluntades y acciones políticas a todos los niveles que vayan en pos de la consecución de hacer sostenible eso que hemos llamado desarrollo económico.
-Sostiene el escritor y articulista Juan José Millás en ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’ que la ONU y demás organismos internacionales han sustituido a Dios en nuestras sociedades, pero pone en duda si tiene la fuerza suficiente para mantener cohesionadas a las sociedades laicas. Siguiendo esa metáfora, ¿la Agenda 2030 sería nuestra Biblia?
-Las metáforas me gustan porque nos son útiles, pero yo suelo emplear otra metáfora religioso-política para definir el mundo actual. Y es que el ídolo al que estamos rindiendo culto como sociedad es la acumulación monetaria, lo que nos hace sacrificar los recursos de las futuras generaciones.
Hay que ser claros: les estamos quitando literalmente la comida de la boca y el aire de los pulmones a nuestros hijos, pero no solo por nuestro consumo desaforado, sino porque pensamos que la única manera de progresar es la de crecer. La de crecer monetariamente, quiero decir, y de ahí que solo nos fijemos en datos macroeconómicos como el PIB o la Renta Nacional Bruta. Que tuvieron su sentido en los años cincuenta o sesenta del siglo pasado, en la época de la industrialización… Pero, hoy día, este ídolo es el que nos hace sacrificar la salud, la educación, la igualdad, los bosques o el clima… y hasta nuestras relaciones sociales.
-Desde su puesta en marcha en 2015 hasta la actualidad, ¿qué valoración hace de la implementación de la Agenda 2030?
-Tomando la Agenda 2030 como una llamada de atención para sensibilizarnos de que la transformación debe realizarse a todos los niveles y aglutinar voluntades en la senda de la sostenibilidad… el balance no es malo. De alguna forma, la Agenda se ha convertido en una referencia especializada, y eso está bien. Eso nos trae aquí, a Murcia, a su Universidad, da sentido a esta Cátedra y sin duda son cosas buenas.
Otra cosa distinta es qué balance hacemos de su implementación desde 2015 hasta 2023, ya que el próximo mes de septiembre de 2023 habrá una cumbre del ‘medio término’, que se llama, en donde al más alto nivel se analizará su implementación. En este sentido, no hemos conseguido torcer o transformar los principales vectores que están explicando lo que sucede en el mundo en temas como la lucha contra la desigualdad, el empleo digno, la emisión de gases de efecto invernadero… todo está casi por hacer.
-¿Somos conscientes de que se nos acaba el tiempo para construir un mundo mejor, más justo y más verde?
-Hace unas semanas el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático -más conocido por sus siglas en inglés, IPCC- publicó su ‘Informe de Síntesis’, que revelaba que esta década es decisiva en cuanto a la emisión de gases de efecto invernadero.
Si en esta década no conseguimos revertir las curvas de crecimiento de las emisiones nocivas, estaremos más cerca de una progresiva extinción, en donde habrá una exclusión de las grandes mayorías del mundo con respecto a unos pocos privilegiados que van a poder sobrevivir en un entorno climático devastador.
-A su juicio, ¿la Agenda 2030 es un elemento legitimador del estado de las cosas? Es decir, ¿es más un diagnóstico que un modelo de desarrollo?
-En La Mundial hemos desarrollado un dispositivo heurístico para interpretar qué están haciendo las distintas organizaciones, como gobiernos, administraciones públicas, universidades y otras instituciones –tanto públicas como privadas- en materia de Agenda 2030. Un dispositivo que se implementa en función de tres perspectivas.
La primera es una visión “continuista”, es decir, un punto de vista en el que los responsables políticos o los directivos hacen más o menos lo mismo de sus predecesores en materia de sostenibilidad. Solo que le piden a consultores que le pongan los ‘pines’ de los ODS. Puro ‘SDG-washing’.
La segunda es una visión proyectista, intermedia, en donde los dirigentes son conscientes del poder transformador del desarrollo sostenible, pero no se atreven a modificar lo fundamental. Lo incluyen en sus políticas como un proyecto más, en una consejería, un departamento o un área concreta. Como un proyecto más de Agenda 2030 que empieza a dialogar con el resto de departamentos y localiza ciertas contradicciones con otras políticas. Todo, con su autonomía, presupuesto y vida propia, de manera que cumple con los requisitos ‘estéticos’ que ya demanda la sociedad.
Y la tercera visión es netamente transformadora, en donde se revisan a fondo cada una de las políticas públicas a partir de unos criterios de sostenibilidad que emanan de la Agenda 2030 y empiezan a realizar modificaciones en todas y cada una de las políticas.
De manera resumida, desde La Mundial podemos asegurar que nadie, ninguna entidad, está en ninguno de estos tres modelos de manera pura. Pero sí observamos que hay entidades que están apostando más por el tercero, y otras que se están quedando en el ‘SDG-washing’ y solo en la reputación.
-¿Se atrevería a citar alguna organización o institución en España que sea ejemplar en materia de cumplimiento de la Agenda 2030?
-Hay experiencias más que notables. Por ejemplo, el trabajo que está haciendo la Secretaría de Estado del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 en materia de proporcionar metodologías para cambiar políticas públicas, introducir experiencias gubernamentales contrastadas de éxito ya desarrolladas en Suecia o Finlandia, su capacidad de análisis interministerial de las políticas… es un trabajo excelente. Excelente, pero yo les pediría más. Más impulso político, que arriesgaran más –incluso, dentro de las propias relaciones del Gobierno de coalición-. Una voz más definitiva, más allá de introducir nuevas herramientas.
Más casos de éxito. Vayámonos más lejos: los gobiernos de México o Colombia han innovado al ‘etiquetar’ todo su presupuesto en función de los 17 ODS. Un ejercicio destacadísimo a nivel internacional en materia de alineamiento presupuestario con los ODS, y que es un ejemplo para otros países. Pero aún no lo han llevado a la fase de evaluación de sus propias políticas. Conviene tener en cuenta que los cambios en políticas públicas no son inmediatos, pero hay gente distinta que lo está haciendo realmente bien.
En España también tenemos varios ejemplos de municipios que están apostando por una lógica de sostenibilidad dentro de su marco competencial limitado, que apuestan por la proximidad, la justicia local-global, de sostenibilidad… como Barcelona.
-Ahora es cuando desgrana el controvertido proyecto de ‘Madrid Central’.
-No es controvertido, Madrid Central es indiscutible. Repito: es indiscutible. Es justo lo contrario de lo que se hace aparentar. El nuevo gobierno del ayuntamiento de Madrid, que desde entonces hizo campaña en contra de esta medida del gobierno de Manuela Carmena, no solo tuvo que mantener Madrid Central, sino reforzarlo.
Pero, ¿qué hacen? Cambiarle de nombre. Pero es indiscutible que no podemos seguir acumulando en las atmósferas de las grandes urbes óxidos de nitrógeno, fósforo, carbono… porque tenemos problemas de salud pública derivados de esas emisiones. Los problemas que quiere atajar la Agenda 2030 son siempre multidimensionales; no es una cuestión de coches fuera del centro, de movilidad o de carreteras. Es una cuestión también de salud y ambiental. Hay medidas que van a ser sí o sí.
La Unión Europea ya trabaja en una taxonomía para decidir qué inversiones son las que tienen mayor impacto social y ambiental. Pero por razones de la crisis energética y la guerra en Ucrania parece que hay un sector que quiere evitar que esa taxonomía sea más exigente. Si bien, hay otros sectores que están demandando un alto nivel de exigencia para que lo se puedan realizar inversiones de capital en espacios o en industrias que sean contaminantes y nos sigan llevando al desastre.
-¿Qué opinión le merece la figura del llamado “trabajador pobre”?
-Un fenómeno muy de nuestro tiempo, en donde la economía financiera se ha desligado de la economía productiva y un trabajador pobre nos lleva a pensar que un kiwi se produzca en Tailandia y sea comido a miles de kilómetros de allí, por ejemplo, en Murcia.
Tenemos capitales financieros que dominan o que ejercen un grado de determinación muy fuerte en nuestra cotidianidad. Porque lo hemos permitido. Y en vez de apostar por cadenas de alimentación de proximidad también en lo laboral, hemos apostado por cederle a los grandes capitales que generen empleo, la producción alimentaria, que compren viviendas y fijen ellos los precios… Los efectos son trabajadores pobres, viviendas inaccesibles económicamente salvo para el turisteo o alimentación insana, y alimentación insana y altísimamente contaminante.
La Universidad de Sevilla, recientemente, ha publicado un estudio sobre el recorrido de la cesta básica alimenticia de la ciudad de Sevilla. La media de los kilómetros que ha recorrido un producto para llegar a una mesa de un piso en la capital andaluza es de más de 3.000 kilómetros. ¡Un auténtico disparate! Pero es el signo de nuestros tiempos, y traducen los intereses del capital financiero en sectores como la alimentación o la vivienda.
-¿Hasta qué punto son clave las universidades en la sostenibilidad? Porque de los centros de enseñanza superior depende la generación de conocimiento y la formación de futuros profesionales.
Lo que tienen que inyectar fundamentalmente las universidades es pensamiento crítico. Es sensibilizar o concienciar sobre la Agenda 2030 como un paraguas que les permita tener un pensamiento crítico. Deben trabajar, indagar e investigar para hallar soluciones hacia cómo transformar las actuales dinámicas. A mí me parece crucial el papel de las universidades en la promoción del desarrollo sostenible, más allá del tópico de que están formando a las generaciones que nos gobernarán en unos años, sino para cambiar el paradigma de lo que es o debe ser el desarrollo de nuestras sociedades en nuestras sociedades complejas.
Porque las futuras generaciones serán conscientes de que las acciones individuales nos llevarán a efectos colectivos, de modo que no podrán seguir los actuales niveles de consumo, de compras o de trabajos sin tener en cuenta que esas apuestas quitarán el aire de los pulmones de nuestros hijos.
Por otro lado, la universidad española debe renovar todo su paradigma epistemológico y disciplinario, no podemos seguir pensando en la ciencia como departamentos estancos y de una única dimensión. Hay que trabajar transdisciplinarmente, que es el correlato de hacerse cargo de una realidad que, por esencia, es multidimensional.
-¿Qué le diría a aquellos que opinan que el desarrollo sostenible es poco más que un ‘pin’ en la solapa?
-El ‘pin’ tiene un por qué: sensibiliza. Quizá veamos en unos meses que todos aquellos que critican actualmente el ‘pin’, no se lo acaban poniendo en la solapa. Porque es muy fácil ponerse un pin a favor, pero es complicado ponérselo en contra. Quizá sea rentable criticar el pin desde el punto de vista de la comunicación política, pero una gestión insostenible que no tenga en cuenta la Agenda 2030 acaba en desastre. El lenguaje político es muy performativo, y si entramos en ese diálogo de besugos, contribuiremos a la desafección política por parte de la ciudadanía, a la falta de ilusión...
-Fue asesor de la alcaldía de Madrid en la etapa de Manuela Carmena. ¿Qué aprendió de ese período profesional?
El período de Manuela Carmena me pareció muy entusiasmante antes de llegar a la alcaldía. Olvidamos que hubo más de dos años y medio de trabajo en los barrios, de articulación sociopolítica de muchos grupos de ciudadanos que fueron confluyendo en una plataforma llamada Ganemos y que en último lugar a la convocatoria de Ahora por Madrid, que fue el partido por el que se presentó y se puso al frente a Manuela Carmena. Ese proceso nos permitió a muchos renovar cierta ilusión por aquello de acceder a la política institucional.
El período fue de luces y sombras, de una intensidad brutal. Entre las luces, destacaría que aprendí que es posible reducir la deuda pública gigantesca que teníamos en el Ayuntamiento de Madrid y hacerlo de manera equitativa y solidaria mediante mecanismos de redistribución. Y sacando a los grandes operadores de la ciudad, como hizo el primer concejal de Economía y Hacienda, Carlos Sánchez Mato.
Demostramos que es posible redistribuir ese presupuesto hacia los barrios y orientarlo a una dimensión del desarrollo que no es solo la del crecimiento, que no es solo la de atracción de inversiones. No solo ofrecer un territorio y su población como un atractivo para el capital financiero nacional e internacional. Lo que tiene que hacer un gobierno, y más si es local, es apoyar negocios transformadores de proximidad y estar al lado de las asociaciones, los barrios…
-Si volviera atrás, ¿repetiría esta experiencia en la política institucional?
-Sin duda, para mí fue un período grato. El problema fue la incapacidad para el diálogo cuando se ejerce el poder. El poder nos desafía cuando tenemos que ejercerlo y nos convierte en alguien que solo escucha a determinados grupos que defienden la parcialidad del poder, en vez de entender que lo que se requería era lo contrario; apostar por la humildad, dialogar con todos los actores y no tomar decisiones tan aceleradas y bajo la presión de la prensa de ultradederecha o los intereses financieros que tienen a la prensa a su servicio…. No se puede caer en la trampa de lo performativo del lenguaje en política. Y todo aquello afectó a aquel Gobierno y su capacidad de diálogo interno.
-¿Y qué está aprendiendo en su trabajo en el colectivo La Mundial?
-La Mundial es un reflejo de algo muy simple, pero a la vez olvidado, y es que todos los méritos, todos los descubrimientos de las cosas que aprendemos cuando investigamos son siempre colectivas. Es decir, que no son mérito de un genio, de un talento concreto o de un estudioso. Siempre son colectivos. Y de ese diálogo permanente con los colegas es donde generamos diferentes discursos para tratar de explicarnos y responder a los desafíos de nuestra sociedad.
-Por último, recomiéndenos un libro para comprender mejor el concepto de desarrollo sostenible.
-El economista y estadista José Manuel Naredo (Editorial Siglo XXI, 2022) publicó el pasado año ‘La crítica agotada’, un libro que muestra la opacidad y lo vacío de los "no-conceptos" como el del desarrollo sostenible, o economía verde para dar pasos hacia nuevas transformaciones. Naredo nos explica que solo podremos construir un nuevo paradigma como civilización si devolvemos la dignidad a la naturaleza.