¿Cuál es la función principal del sistema educativo?
“Si haces planes para un año, siembra arroz. Si los haces por dos lustros, planta árboles. Si los haces para toda la vida, educa una persona". Proverbio chino.
Una asunción lógica sería la de proporcionarnos las competencias necesarias para nuestro desarrollo. Pero si es así ¿por qué la mayoría de los conocimientos adquiridos resultan tan poco funcionales? Como dice el adagio, a trabajar se aprende trabajando.
Realmente, el sistema se perpetúa gracias a su labor de señalización. Al igual que las estrellas de una recomendación de Google, la obtención de un título indica una supuesta garantía de calidad para las empresas durante la criba de candidatos: resolución ante los problemas (exámenes), responsabilidad (invierte en su futuro) y constante dedicación (superación periódica de plazos lectivos).
Sin embargo, las sucesivas leyes educativas han promovido la degradación gradual de la calidad educativa, coartando su exigencia y competitividad. Esta quiebra del sistema se corrobora a ojos vista, en bares y supermercados, y lo certifican los datos publicados por la Fundación CYD: frente al 25% de la UE, el 40% de los graduados españoles no alcanzan un trabajo en consonancia a su currículum.
La temible titulitis. Es decir, la metamorfosis de una adecuada inversión académica en un derroche de tiempo y dinero. Así, conforme los títulos son obtenidos por estudiantes peor preparados y menos competentes, las empresas elevan sus requisitos. Y de la educación básica se pasó al bachiller, del bachiller al grado, del grado al Máster… ¿Y próximamente del Máster al Doctorado?
Difícil predecir el futuro, pero hace años que más del 80% de todas las tesis doctorales reciben la calificación Cum Laude. Un despilfarro de talento que parece endémico de nuestro país: el notable alto ya es la media de nuestros bachilleres (7,89 en 2021 vs 7,28 en 2015) y el sobresaliente, moneda de cambio común (23,26% en 2021 vs 12,5% en 2015). Igualmente, la mayoría afronta las pruebas de acceso con una nota promedio superior a 7 (73,47% en 2021 vs 36,01% en 2015), el suspenso ha quedado desterrado (7,25% en 2021 vs 21,7% en 2000) y casi todos revalidarán el notable a su salida (50,01% en 2021 vs 36,01% en 2015). ¿La nota media? Un notable (7,01 en 2021 vs 6,21 en 2013) para el segundo país con más abandono escolar de la UE (13,3% vs 9,7%).
De hecho, tenemos la fortuna de encontrar a los más brillantes de los españoles en la Región de Murcia, con un 8,1 de nota media en Bachiller y un 7,8 en Selectividad. Disgregando, un 30,32% rebasó el sobresaliente y ocho de cada diez (78,93%) el notable. Calificaciones similares a las de Andalucía y Extremadura, que nos ubica entre las regiones más aventajadas de Europa. Curiosamente, las tres CCAA con la tasa de abandono más alta de España (+17%).
Frente a este despliegue de puntuaciones y capacidades, resulta reseñable como España se ha ido descolgando de los distintos informes educativos internacionales. Expedientes que, como los PISA, colocan precisamente a Murcia, Andalucía y Extremadura entre las CCAA más retrasadas.
¿La relación entre ambos factores? Los nulos incentivos para esforzarse de aquellos que, sin capacidad de optar a la universidad, abandonan el camino ante la futilidad de cualquier estadio inferior. Porque la titulitis no solo provoca que muchos estudien más de lo necesario, sino que un grupo significativo lo haga menos de lo que debería.
Así lo corroboró la Universidad de California en 2001 cuando encontró evidencias de que, por un incremento del 10% del número de matriculados universitarios, la tasa de abandono en la educación secundaria se incrementaba en un 3,3%. Una lapidaria fractura tanto del mercado laboral como del ascensor social. Una ruptura que solo favorece a aquellos con la capacidad de aspirar a estudios respetados y económicamente exigentes, que les permitirán acceder a los mejores puestos de trabajo de España y, con suerte, allende nuestras fronteras.
Un proceso que, por supuesto, no se solucionará impidiendo el acceso a la educación. Pero sí dotando de mayor robustez y diversidad a los estudios. Respecto al primer caso, solo proscribiendo premios a la indiferencia y el mínimo esfuerzo, ampliando el acceso a contenidos avanzados y profundos e incentivando la excelencia mediante una estimulante competencia, alcanzaremos la igualdad de oportunidades.
Adicionalmente, es necesario ampliar la oferta formativa con la reincorporación de un sistema similar a las antiguas Diplomaturas y reivindicar la Formación Profesional. Así no solo los jóvenes podrán optar a la educación que mejor se adapta a sus posibilidades, sino que permitirá a quienes quieran trabajar en ámbitos prácticos y específicos poder formarse sin necesidad de estudios universitarios generalistas. Porque lo último que puede permitirse una sociedad de pensionistas es el retraso de la incorporación de su mano de obra.