Manuel Torres, un murciano irrepetible, un hombre excepcional
La primera vez que entré en contacto con Manuel Torres yo tendría unos veintipocos años. En La Opinión me encargaron entrevistarle para divulgar las bondades de la FP, que él había cursado si no recuerdo mal en el Miguel de Cervantes. Aquella entrevista me impactó profundamente, y jamás la olvidé. Me descuadró aquel señor mayor, del que yo no había tenido noticias jamás hasta la fecha, tan vital, que a los pocos segundos de conversación telefónica había desatado tal torbellino de ideas revolucionarias que era materialmente imposible tomar notas en mi libreta.
Como digo, se me quedó grabada aquella conversación, y cuando, años más tarde, fundamos Murciadiario, yo quería que la primera gran entrevista que publicásemos fuera con él. El día que confirmamos que este proyecto salía adelante, una de las primeras llamadas que hice, semanas antes de la salida a la luz, fue a su despacho.
Llevaba más de diez años sin conceder una entrevista, y yo no tenía ninguna fe en el que finalmente se pudiera conseguir, pero un día de verano, estando yo de vacaciones, uno de sus más estrechos colaboradores y amigos, mi querido y admirado Miguel Ángel Barón, me confirmó que sí, que quería hacerla, y que estaría en los estudios de Televisión Murciana al día siguiente. Por supuesto, ya no había vacaciones, en pocas horas estábamos en marcha. La ocasión lo merecía. Fue un privilegio que quisiera hacerla conmigo, y en un digital que apenas daba sus primeros pasos.
No había nadie invitado, y era verano, pero de repente el estudio de grabación se llenó de gente que quería escucharle, en muchos casos por primera vez. Quiso hablar de todo, no puso problemas con ningún tema, todo lo contrario. De los 25 años de amenaza de ETA, de la leucemia, de sus inicios, de sus proyectos. Jamás antes había contado esas cosas. Está mal que yo lo diga, pero fue una tremenda entrevista, impresionante, incluso sobrecogedora. Cuando se apagaron las cámaras, aquel improvisado público, entre el que había importantes empresarios, se arrancó en un espontáneo aplauso.
Ya no era aquel hombre hecho a sí mismo que había triunfado en los negocios del que había leído. Ahora era un hombre de unos valores y unas convicciones sólidas como el granito, que fue capaz de plantar cara a la banda terrorista, a costa de vivir décadas con una pistola en el cinto, de esconder el arma en el maillot cada vez que salía en bici por los montes navarros, su pasión, que ensayaba maniobras de evasión, que practicaba cómo tirarse de la bicicleta y caer apuntando al objetivo… Apareció de repente una persona verdaderamente admirable, de principios innegociables, de una profunda fe, buena, afable, divertida, ingeniosa, humilde, generosa, y con un magnetismo personal que mantuvo hasta el último momento.
Aquella entrevista tuvo una grandísima repercusión, y supuso un punto de inflexión para Murciadiario. Con su generosidad ayudó a poner a este diario en el mapa, y puso los cimientos de una relación de amistad y cariño que hemos mantenido. Con él, con su empresa y con las excelentes personas de las que se rodeó, y a las que hoy imagino por una parte desoladas, pero por otro lado orgullosas y felices de haber sido depositarias de su confianza y de haber compartido experiencias y aprendizajes de este hombre que rompió el molde. Vaya para ellos un abrazo infinito. Un abrazo cariñoso y agradecido.
Compartir tiempo y algún café con él, aquella y las siguientes veces que tuve la oportunidad de verle, es uno de los grandes privilegios que me ha concedido esta profesión. Cada charla con él era una enseñanza. Cuando no vital, empresarial. Siempre tenía una idea, siempre un punto de vista distinto.
Hizo de la innovación una forma de vida. Incluso, se hizo modificar una bici estática para poner, en vez de manillar, una mesa en la que diseñaba, dibujaba e inventaba. Una persona como yo dudo que conoceré otra. Un murciano irrepetible, un ejemplo que seguir. Gracias por todo, Manolo.