Más aranceles en el horizonte

Son muchos los economistas e historiadores que se escuchan estos días alertando de los problemas de la deriva arancelaria a la que parece nos estamos dirigiendo. 

Tras cincuenta años de apuesta por la globalización y el libre comercio, los países occidentales optan por un giro impensable hace años imponiendo una lista creciente de nuevos aranceles a las importaciones con el ánimo de proteger sus economías.

En EE.UU., con ambos partidos a las puertas de las elecciones presidenciales de noviembre, sus candidatos son partidarios de más aranceles. Del mismo modo, en la Unión Europea, bajo la premisa de que China está subvencionando ciertos sectores industriales, dificultando así la competencia, la bandera del proteccionismo también ondea en el Viejo Continente.

Ante este escenario, son muchos los economistas e historiadores que se escuchan estos días alertando de los problemas de la deriva arancelaria a la que parece nos estamos dirigiendo. Echando la mirada atrás, en los años 30, en plena Depresión, también se desató una guerra arancelaria en respuesta de varios países ante aranceles impuestos por EE.UU., que tampoco terminó bien.

Aunque la actual ronda de aranceles es mucho más limitada y se dirige principalmente a China, el expresidente Donald Trump ha sorprendido a ambos lados del Atlántico al sugerir recientemente que, si regresa al poder, impondrá un arancel del 10% a todas las importaciones, sin importar su origen, para compensar una reducción en el impuesto sobre la renta de sus ciudadanos.

La actual guerra comercial, también iniciada por Trump, nos lleva al año 2016, cuando se impusieron aranceles a las importaciones de paneles solares y lavadoras, que, según las empresas estadounidenses, estaban siendo injustamente subvencionados, pero pronto se amplió el programa de aranceles para incluir acero y aluminio de la UE y China, así como otros 300.000 millones de dólares en exportaciones chinas. La UE, cuyos miembros sufrían aranceles selectivos como en el caso del aceite de oliva y la aceituna negra española, respondió con aranceles sobre productos como las motocicletas Harley-Davidson y el bourbon.

Esta práctica iniciada por Trump se continuó a su vez con Biden, que además de mantener la mayoría de los aranceles de la administración anterior, aumentó los aranceles sobre minerales, células solares, acero, aluminio y semiconductores de China, y aplicó un arancel del 100% sobre los vehículos eléctricos chinos.

A su vez, la UE ha optado también por aranceles en este tipo de vehículos, del 17,4% al 37,6% para evitar que los fabricantes chinos, más económicos que los europeos, se queden con el mercado. El año pasado se vendieron en la UE 438.034 coches eléctricos fabricados en China. Con esta medida también se pretende que las marcas europeas traigan fábricas de vuelta, puesto que por ejemplo las marcas alemanas producen en China y venden en suelo europeo algunos de sus modelos eléctricos.

Esta semana, el presidente Pedro Sánchez ha destacado que es partidario de encontrar una solución constructiva sobre el asunto del vehículo eléctrico y evitar una guerra comercial, pero de momento no se divisa solución.

Dado que muchos de los aranceles más recientes están dirigidos a las exportaciones chinas, las empresas están reorganizando sus cadenas de suministro y trasladando fábricas a donde sea posible para evadir los aranceles. Las importaciones a EE. UU. desde China disminuyeron de 536.000 millones de dólares en 2022 a 426.000 millones en 2023, pero las importaciones de Vietnam o India, han aumentado, países en los que China está haciendo grandes esfuerzos de inversión. Al mismo tiempo, las exportaciones de México a EE.UU. por empresas estadounidenses alcanzaron los 475.000 millones de dólares el año pasado, superando por primera vez las exportaciones de China a EE. UU., por lo que aun consiguiendo quitar cuota de mercado a China en los mercados nacionales, parece dudoso que se traduzca en más fábricas en EE.UU. o Europa.

Mientras EE.UU. y la UE se enfrentan a un panorama económico global en evolución, la tendencia hacia un proteccionismo más marcado podría tener repercusiones no solo para las relaciones comerciales internacionales, sino también para los consumidores y la competitividad de las empresas en ambos lados del Atlántico.