¿Qué hay de bueno en lo malo?
En las reuniones estratégicas con los equipos de dirección, es muy habitual hablar de entornos VUCA: volátil, incierto, complejo y ambiguo. Los participantes asienten, lo entienden, pero les suena a lejano y poco probable. Los cambios que vendrán serán suaves y manejables.
Pero ¡voila!, ya lo tenemos aquí. De repente, un cisne negro, en forma de pandemia, que puede socavar las estrategias, los modelos de negocio, las políticas de empleo, la bolsa y las estructuras sociales. La complejidad de la situación hace que la incertidumbre sea enorme, porque no sabemos qué pasará ni el alcance que tendrá. Escuchamos las noticias con congoja y procuramos que no cunda el pánico, mientras esperamos volver a la normalidad anterior lo más rápido posible.
Todas las cosas tienen dos caras y múltiples lecturas, como leo en un artículo de la periodista Yayo Herrero, en CTXT, que vale la pena compartir porque plantea una mirada colateral a la crisis actual..
En las últimas dos semanas del mes de febrero, las emisiones en China de CO2 se han reducido un 25%, el tráfico en Shanghái ha caído un 40%, el número de vuelos ha decrecido un 70%, y las emisiones han disminuido en unos 100 millones de toneladas de CO2 y de otros contaminantes atmosféricos. Las fotografías de los satélites muestran que en las zonas afectadas, casi han desaparecido las nubes de contaminación.
La web de trafico aéreo muestra en tiempo real los aviones en circulación y, si se compara con la actualidad, el cambio es sustancial. «Por supuesto, se trata de un proceso esporádico que desaparecerá en cuanto se resuelva la emergencia sanitaria y se retome la actividad económica».
Aquí aparece el dilema, que no problema: la economía convencional está en guerra con la vida, ya que cuanto mejor va la economía, la vida corre más peligro. Las épocas de expansión tienen efectos nocivos para la vida. Hemos elevado a la categoría de intocable el crecimiento económico y estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para no entrar en recesión. Todo ha de ser más barato y eficiente, aunque sea a costa de los más vulnerables, como estamos viendo en las protestas de los agricultores, que tienen que vender casi por debajo del coste.
Conocer el funcionamiento de la producción del delicioso chocolate, desde la plantación hasta que lo comemos, es escalofriante, porque en un mercado de 100 mil millones de dólares, los agricultores ganan menos de un dólar al día. Los dos principales países productores africanos, Costa de Marfil y Ghana, con un 60% de la producción mundial, utilizan a 30.000 niños, que trabajan para alimentar a la familia o en régimen de esclavitud. Desde 1990, Costa de Marfil ha desforestado el 90% de sus bosques para que nosotros podamos disfrutar tan tranquilamente del chocolate.
Les sugiero que vean, si no la han hecho ya, el documental Terra, en Netflix, que refleja la relación del hombre con otros seres vivos a medida que la humanidad se aleja cada vez más de la naturaleza.
Sobre este tema, recuerdo el libro Colapso, de Jared Diamond (¡del 2005!), en el que se pregunta por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. A través de un estudio antropológico de distintas civilizaciones que han colapsado, llega a tres posibles escenarios:
- No ver venir el problema. Lo llama la amnesia del paisaje: no vemos los cambios graduales porque formamos parte de ellos.
- Ver venir el problema, pero no poner soluciones. El egoísmo, la codicia produce ceguera. La negación como mecanismo de defensa ante el desastre.
- Ver venir el problema, pero fallar en las soluciones. Cuando queremos actuar, el deterioro es irreversible o el entorno es hostil o tenemos una confianza exagerada en la tecnología, que ya no es útil.
El resultado es el colapso, una desaparición parcial o la extinción.
El COVID- 19 nos está trastocando y en estos momentos no sabemos el alcance de la crisis. Espero que se encuentren soluciones y se pueda contener la pandemia. Y, luego, ¿qué? ¿Vamos a volver a lo de antes? ¿A continuar socavando los vínculos con la naturaleza, con la vida? ¿Desforestando, contaminando? ¿Creciendo a costa de los más débiles?
El problema no solo es material, es sobre todo político y cultural, porque necesitamos transformaciones estructurales para cambiar nuestro estilo de vida. Tenemos que aprender a vivir con menos, a reorganizarnos para ser más corresponsables y ecodependientes, incorporando a los animales no humanos. El cambio es tan drástico, que no sé si seremos capaces. A veces pienso que cambiaremos solo cuando haya ocurrido una gran catástrofe y tomemos conciencia de lo hemos hecho.
Vamos a pagar un precio muy alto, dejando una herencia terrible a nuestros hijos y nietos. Ojalá superemos esta crisis y no desperdiciemos el mensaje oculto, porque la situación es alarmante. ¿Volveremos a las andadas?