¿Se puede mejorar el sentido del humor?
En una sesión de coaching, una directiva me planteó hace poco esta pregunta. Trabajábamos aspectos de la interacción social y apareció el tema del sentido del humor y de cuál era su impacto en las relaciones.
Me hizo pensar y constaté que era un tema en el que no había profundizado, así que no tenía una respuesta clara. Como decidí investigar, he pasado un tiempo leyendo y reflexionando sobre el tema y tengo que decir que he aprendido y me he divertido.
La primera cuestión fue acotarlo: “Tener humor” es provocar risa, ser gracioso, contar bien los chistes, interpretar en clave de humor. En cambio, “Tener sentido del humor” es darle sentido, aceptar el tuyo y de los demás, aceptar bromas, reírse de uno mismo, saber que el mundo es imperfecto y darle significado a través del humor.
Las personas con sentido del humor pueden no ser graciosas. Hay algunos humoristas que nos hacen reír, pero no tienen sentido del humor, son depresivos y llevan una vida más bien amargada. A veces reímos por compromiso o para ayudar a alguien que no ha sabido contar un chiste, aunque las risas forzadas son fácilmente identificables.
En la empresa, hacen falta las dos cualidades. Los que tienen humor generan un ambiente más distendido y alegre, haciendo que lo complicado o monótono sea un poco más divertido. Los que tienen sentido del humor nos ayudan a relativizar las cosas, a no tomarlas tan en serio y vivirlas de manera positiva.
De este modo, facilitan la convivencia, la cohesión y el trabajo en equipo y se afrontan mejor las limitaciones. Trabajar en ambientes tensos con humor, ayuda a tener mejor equilibrio emocional. Otra de las ventajas del sentido del humor es la producción de endorfinas (hormonas del placer) que nos hacen más resistentes ante el dolor. ¡Vaya, que tener humor y sentido del humor es una gran ventaja!
Sin embargo, parece que no lo tiene todo el mundo. Estoy seguro de que conoce personas con más o menos humor y algunos con nada de humor. ¿Tendrá algo que ver la genética? Vamos a ver qué nos dice.
La genética del humor
En un estudio de hace unos años, se reveló la importancia de los genes en el sentido del humor, demostrando que el gen SCL6A4 se encarga de regular los transportadores de la serotonina que controla nuestros estados emocionales y los niveles de felicidad. Si no funciona como toca, se corre el peligro de caer en depresión. Este gen tiene una región conocida por 5-HTTLPR y las personas con esa región más corta son propensas al optimismo y a reírse a carcajadas. ¡Vaya con el gen!
Si la genética juega a favor, se abren algunas posibilidades de mejora, pues parece claro que el sentido del humor no se hereda, sino que se aprende. Los bebés comienzan a formar su sentido del humor entre los seis y los doce meses y utilizan a sus padres como referentes para expresar sus emociones, o sea que aprenden a reír mucho antes que caminar o comunicar.
Los sexos no funcionan igual, ya que hombres y mujeres siguen estrategias cerebrales diferentes. Una investigación de la Universidad de Navarra con el título de “Cerebro feliz: la risa y el sentido del humor” hace el recorrido de un chiste y encuentra tres pasos: entender el chiste, encontrar lo divertido o lo incongruente y reírse. Intervienen varias partes del cerebro, porque procesamos las palabras y nos damos cuenta de que no tienen sentido.
El proceso en los hombres y las mujeres es como un mapa de metro, aunque los puntos de partida y llegada son los mismos, ellas emplean más estaciones y más recorrido. Detectar la incongruencia tiene recompensa en forma de emoción placentera, pero las mujeres emplean más áreas cerebrales e integran más lo emocional. En los hombres, la parte emocional es más simple y el absurdo les basta para divertirse. Por último, en todos, la risa es la manifestación del regocijo.
Educar el sentido del humor
Parece ser que es posible mejorar un poco el sentido del humor, ya que es aprendido y se puede educar y afinar. Algunas personas lo pueden mejorar muy poco o nada y, seguramente, habrá causas genéticas o aprendidas que hacen que se tomen todo demasiado en serio.
No se trata de volverse chistoso y gracioso, tampoco de memorizar chistes, sino de aprender a desdramatizar y a buscar el lado divertido de las cosas, de tener una perspectiva más distanciada y perder el miedo “al ridículo”.
Como en todo aprendizaje, habrá que esforzarse y buscar estímulos que estén conectados con el buen rollo y la diversión. Además de incrementar las relaciones con personas con sentido del humor que le hagan reír. El secreto parece ser aprender a reírse de uno mismo, más que a reírse de los demás.
En primer lugar, hay que centrase en lo positivo y alejar lo negativo, así como dejar de quejarse y volverse agradecido. También suele ayudar estar y participar en contextos divertidos como ver comedias y monólogos para identificar lo que nos hace sonreír y reír. El estrés no es amigo del sentido del humor.
No se trata de ser otro, sino de disolver algunos aspectos que impiden disfrutar. Puede empezar por sonreír un poco más, ya que la sonrisa es contagiosa. Y como dicen, “Si uno puede reírse de los impedimentos para ser feliz, es que los puede superar”.
Vivir con poco sentido del humor no es muy divertido. Todo es cuestión de probar.