Sobre los perfeccionistas

Está acabando el tiempo de relajarse, de aflojar tensiones y de soltar presiones. ¡Que gusto! La presión del trabajo nos produce ciertos niveles de estrés, en la mayoría de los casos manejables. Cuando llegan las vacaciones, nos quitamos el hábito con el que afrontamos las responsabilidades y nos ponemos otro hábito que nos permite tener comportamientos diferentes.

 

Nos damos permisos para romper horarios, rutinas, exigencias y comportamientos. Nos relajamos y descansamos. ¿Todos? No, todos no. Todos conocemos a personas, más o menos cercanas, que cambian el hábito, pero no bajan la guardia.

 

Son los perfeccionistas, personas muy exigentes que ponen el listón muy alto (muchas veces poco realista) y que no admiten resultados menores a lo que ellos han estipulado. Son muy estrictos y críticos en las evaluaciones que hacen al trabajo los demás y al trabajo que ellos mismos hacen.  No tiene estándares altos, sino poco realistas.

 

Vaya, un sinvivir para ellos y un horror para el resto. En el oráculo de Delfos (siglo V ac.), está escrita una de las máximas (hay 127 principios que aconsejaban seguir para llevar una vida digna y la mayoría de rabiosa actualidad) que dice “Nada en exceso”. Pues bien, nuestros amigos perfeccionistas no lo leyeron. Y así les va. Viven en tensión permanente, con cierta angustia y una incapacidad de disfrutar los logros, porque lo que han hecho no es suficiente. Y, además, lo contagian.

 

Cuando la perfección impone unos resultados excesivamente altos y poco realistas, cuando se hacen autoevaluaciones despiadadamente críticas o se evalúa a los demás con esa lupa, entramos en el campo de las patologías.

 

En coaching distinguimos la exigencia de la excelencia. Cuando buscas la excelencia pones en marcha todas las capacidades disponibles, estando atento al aprendizaje, innovación y desarrollo personal. En la excelencia los errores son la materia prima del aprendizaje. Como dice la cultura hacker “no hay fracasos, hay intentos”, y aceptamos que somos perfectamente imperfectos y nos atrevemos a experimentar. Y lo hacemos con disciplina, rigor y compromiso. Lo llamamos responsabilidad. Aristóteles decía que la excelencia no es una acción, es un hábito. Si lo que hace usted no es perfeccionismo y no está conectado con la excelencia, ¡póngase las pilas!, no sea mediocre.

 

En la exigencia poco realista no se busca hacer bien las cosas sino hacerlas perfectas. Es un territorio lleno de sufrimiento e insatisfacción. Al final hay una sensación de amargura permanente.

 

¿Qué factores pueden explicar esta conducta?

 

Podríamos pensar que algunos tienen un gen que los lleva a ello y no pueden hacer nada. Los deterministas apoyarían esta suposición. Parece ser que las causas más comunes están en el ambiente. El entorno ayuda en la formación de la personalidad. Si sus padres son perfeccionistas o muy autoritarios, el hijo lo tiene crudo. Nunca llegará a satisfacerlos.

 

El exceso de refuerzos y halagos positivos se convierte en un plus para esforzarse más y no defraudar. Tener hermanos brillantes puede implicar un sobre esfuerzo para no desentonar. Todos queremos ser aceptados y hacemos lo que sea para conseguirlo. Además, vivimos en una sociedad cada vez más competitiva y nos tenemos que preparar a conciencia para ello. Los niños crecen con la convicción de que el éxito depende de lo que hagan (y no de lo que sean) y si no tienen resultados brillantes es que no tienen talento o no son suficientemente inteligentes.

 

La factura es alta cuando el rasgo se lleva al extremo. Hay un puñado de problemas psicológicos que tienen su causa en el perfeccionismo. Ser perfecto es la meta y no conseguirlo es una puerta a la depresión. La ansiedad y la culpa provocada por el fallo o el error pueden llevar a una autoestima no muy fuerte.

 

A veces los padres crean una exigencia de éxito muy elevada en el niño, que tiene que esforzarse un montón para destacar y sobresalir y así, complacer a los padres. Aprenden que lo errores no van a ser bien recibidos. Fisuras en la autoestima. No es capaz de imaginar cómo sería su vida y sus relaciones si relajara un poco sus costumbres. Nunca dejarán de estar amargados porque ni los colegas de trabajo, ni su pareja ni su familia saben que hagan lo que hagan, no estarán a la altura y fallarán.

 

Tanto si se reconoce en algunos de los síntomas, cómo si tiene a un perfeccionista como pareja o en su equipo o, peor, su jefe es un perfeccionista, va a tener que convivir, conversar, negociar y acordar pautas de convivencia. 

 

Los expertos recomiendan invertir en uno mismo en técnicas de relajación para disminuir la ansiedad y mejorar la autoestima, que es una manera de quererse un poquito más. Sentirá más confianza y seguridad y mejoraran sus relaciones personales. Es un tema más emocional que racional. Si no lo consigue, pida ayuda profesional. Está en juego disfrutar la vida.