Tiempo para reflexionar

Durante muchos años tuve la suerte de tener un mentor que me guio al inicio de mi carrera profesional. Recuerdo, con cariño, las conversaciones con él y como hacía hincapié en que no dejara de desarrollar el pensamiento crítico, pues era una competencia muy necesaria en mi profesión. Repasando mis notas, he encontrado algunas pautas que me han sido de utilidad: hay que ser estricto con las fuentes de información, liberarse de pensamientos previos, evaluar los argumentos y contra argumentos, y unas cuantas anotaciones más. Me ha dado por recopilar las cosas que hago para mantener vivo tan excelente consejo. Las comparto con ustedes.

 

Leo, con avidez, el libro de Yuval Noah Harari, (“21 lecciones para el siglo XXI”, Editorial Debate.) y me da mucho que pensar. Leí los dos anteriores (Sapiens y Homo Deus) y me hicieron reflexionar sobre algunos temas y descubrir enfoques sugerentes que llevan a conclusiones diferentes. Todo un regalo. Activan el pensamiento crítico y facilitan y clarifican el posicionamiento ante los temas que plantea.

 

Veo la serie “El gran debate” (en Filmin, 5 capítulos), donde Michael Sendel conversa con un grupo de jóvenes de diferentes países y culturas, planteándoles temas sobre robotización, inmigración, discriminación, desigualdad y privacidad, en el más puro estilo socrático, y acabo dando mi opinión a mi televisor, molesto por no poder participar.  

 

Viajo a Argentina (por trabajo) y aprovecho las comidas y cenas de trabajo para intentar entender la crisis en la que están sumidos y la filosofía con que la afrontan.

 

Como profesor en el MBA de la UIB, dedico tiempo a desarrollar el pensamiento crítico de los alumnos y les invito a debatir los temas básicos en dirección de personas con los que se enfrentan, o se enfrentarán, en sus empresas, sondeando su capacidad crítica.

 

Con mis clientes de empresa, procuro descubrir y entender las ideas fuerza que sostienen sus estrategias; en ocasiones, hay que revisar más esas ideas que no las estrategias. Y es que la vorágine en la que vivimos hace que echemos mano a nuestras ideas, que se formularon hace tiempo, para tomar decisiones en entornos que, seguramente, no son los mismos. Procuro buscarme situaciones que me activen reflexiones y que, luego me ayudan a decidir sobre situaciones, ya sean problemas o dilemas. Mi mentor estaría contento.

 

El Foro Económico Mundial apuntaba alguna variación de las habilidades que van a hacer más falta en la cuarta revolución industrial. En primer lugar, se mantiene la capacidad de solucionar problemas complejos. Cada vez más complejos. En segundo lugar, aparece el pensamiento crítico. Si no hay pensamiento crítico, la solución de problemas será muy pobre. La creatividad parece que nos va a hacer más falta, y por eso está en tercer lugar. La habilidad de gestionar personas y desarrollar talento ya es una competencia exigible a las empresas, como materia prima para la obtención de resultados. Y, en un honroso quinto lugar, emerge la habilidad de coordinar a otros para trabajar en un fin común.

 

Estas son las habilidades top five que se piden y se pedirán a los profesionales.  A esto hay que añadir algunas habilidades más, como el análisis de datos (“los datos son oro líquido” oí decir a una CEO), incorporar la actitud emprendedora en todo lo que hagamos, la capacidad para integrar a la empresa en los campos económico, ambiental y social, y un largo etcétera, que van despuntando con mayor velocidad. Nadie puede ser indiferente a esta transformación. Las empresas están calibrando el impacto que va a suponer la transformación digital. Me comentaba una directiva que dentro de poco se asombrarían de cómo podían trabajar antes sin esas herramientas.

 

La mayoría de estas habilidades no se enseñan las escuelas de negocio. Son temas que no se pueden enseñar, pero se pueden aprender. Es necesario un trabajo personal de reflexión. Para ello, disponemos de todos los elementos necesarios:  vivimos en un mundo cada vez más complejo, tenemos la capacidad de hacernos preguntas, disponemos de toda la información que necesitamos, en dispositivos y fuentes, validando la fiabilidad. Tenemos la posibilidad de generar conversaciones y nos interesa aportar luz a las situaciones para diferenciar lo verdadero de lo falso, discernirlas y posicionarnos. Es una magnifica manera de tomar conciencia de nuestros pensamientos.

 

Habrá que dedicar tiempo, eso sí. Y habrá que reflexionar. Hay una diferencia entre pensar y reflexionar. A veces se confunden o creemos que es lo mismo. Pensar es más inconsciente. De los pensamientos que haya tenido hoy, yendo a trabajar en coche, no le queda casi ninguno. Muchos son inconscientes y pensados de manera involuntaria. Reflexionar es un acto consciente. Podemos pensar sin reflexionar, pero no podemos reflexionar sin pensar. Es la diferencia que hay entre mirar y ver u oír y escuchar. No es lo mismo. “Reflexionar requiere pensar y estudiar con detenimiento un asunto para comprenderlo bien, formarse una opinión o tomar una decisión” nos dice la RAE.

 

En esta época de perplejidad, conviene pararse, reflexionar y actualizar nuestros pensamientos, principios y valores. Ampliar la mirada, poner a prueba los argumentos, dudar y distinguir entre hechos y opiniones. Todo ello nos abre la puerta a tomar mejores decisiones como profesionales y como personas. Es tiempo de reflexión.  Todo empieza por ahí. O eso me dijo mi mentor.