Siempre me ha producido ternura ver un globito desinflado, antes de hincharlo.
Imagino que será porque me recuerda a cómo nacemos, arrugaditos, vacíos y poco a poco, gracias a nuestros padres, a la escuela, a nuestra educación universitaria, al propio aprendizaje que te da la vida … vamos llenándonos, como cuando el globo se hincha, de conceptos y de ideas, de pensamientos y emociones, de dogmas y paradigmas, de verdades y mentiras…
Hasta el punto de que un día hasta creemos que todo lo que sabemos es de nuestra cosecha, no lo queremos compartir de forma gratuita o exigimos un precio por ello, y se nos olvida que han sido otras personas las que nos han hecho llenar nuestro globo, tanto para bien como para mal, e incluso somos tan soberbios que le hacemos un nudo, sin querer compartir nuestro aire, sin darnos cuenta de que en esta vida si no te vacías ya no puedes recibir más. Lo mismo que le pasa al globo.
De ahí que en ocasiones el globo se convierta en una mochila, en una pesada mochila en la que llevamos pensamientos, emociones e ideas que, sin haber sido nuestras, se convierten en paradigmas que nos cuesta soltar, en verdades que consideramos inalterables en tiempo y espacio y que hasta nos permiten juzgar a los demás por sus actos cuando no concuerdan con los nuestros.
Vamos transitando la vida con una mochila llena de cosas que otros eligieron para nosotros. Ya decía Sartre que uno es lo que hace con lo que hicieron de él. Cuando creo que somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
Y sirva este antecedente para explicar el motivo de una conversación mantenida con un querido amigo que, como a tantos otros, le acababan de despedir del trabajo dada la situación actual y me explicaba su estado de ánimo y me inquiría a que diera una respuesta a su situación emocional, ya que había perdido todo deseo de luchar y seguir para adelante.
Es cierto que un despido, una separación, es lo más parecido a una muerte porque lo que te están diciendo es “ya no te quiero, no quiero volver a verte, quiero seguir mi vida sin ti … para mi estás muerto”. Duro en verdad para quien lo sufre.
De ahí mi insistencia en que la gente debe estar comprometida con ella misma, dando su mejor versión allá donde esté, no con la empresa, porque eso se llama lealtad, no compromiso. Y no es negativo, al revés, es un acto de sinceridad porque nadie sigue comprometido con alguien que te despide o se separa de ti.
En esos momentos en que se te rechaza, que te despiden, que te echan del trabajo, me acuerdo de cuantas personas sufren los lunes a primera hora cuando tienen que ir a trabajar. Siempre renegando de lo que no tenemos y no sabiendo apreciar lo que tenemos.
Es curioso que uno siempre oscila entre la angustia del rechazo y el tedio de la aceptación. El ser humano es un péndulo entre el dolor y el aburrimiento. Parece como si nunca pudiera estar contento y satisfecho con su situación actual. Vivir consiste en aceptar la falta y sobreponerse a lo perdido.
Y quizá el motor que más nos anime a seguir viviendo en momentos complejos sea el deseo. El deseo es una forma de alejar estos momentos de ganas de morirse, de abandonar, de no querer hacer nada y sucumbir al vacío.
El problema es dejar de desear. La depresión viene cuando no deseamos nada. El ser humano es ante todo deseo, lo que nos mueve hacia algo, lo que nos permite tener adelante algo que nos separe de la muerte. Lo que hace que mediante proyectos nos olvidemos temporalmente de la finitud de nuestra existencia.
Ahora bien, tal y como nos han explicado el deseo pareciera ser que podemos caer en el riesgo de estar siempre deseando y de esa forma no llegar nunca a la meta final y caer en la insatisfacción. El hombre es un ser deseante, y como a un deseo le podría seguir otro, ¿voy a estar siempre insatisfecho?
Hay una diferencia entre desear y estar siempre deseando. La diferencia es vivir la ilusión mientras se está deseando. Tú puedes hacer un proyecto a sabiendas que cuando acabe vas a necesitar tener otro proyecto, pero si no disfrutas del camino es cuando te volverás un ansioso o insatisfecho.
Una cosa es estar siempre en búsqueda y movilizado por un proyecto más, y otra estar insatisfecho. Lo que marca la diferencia es el placer. El placer de saber vivir ese proyecto en ese momento. Sería una forma de responder a las preguntas:
¿Dónde estás? Aquí
¿Qué hora es? Ahora
¿Quién eres? Este momento
El insatisfecho no tiene placer. Aquel que valora sus logros, tiene placer y disfruta sus deseos. Y hasta hay un momento en el cual no desaparece el deseo, pero se suspende. Y se suspende por la ilusión y el placer que se vive sabiendo disfrutar del momento presente.
En el mundo de la publicidad se dice que nadie desea que la gente sea feliz, porque la gente feliz no consume. En su mundo intente ser feliz porque en caso contrario se consumirá.
Y para ello empiece por tener deseos, como el motor de su vida, que le permitan disfrutar el momento y antes de pensar en todo lo que le falta, escriba todo lo que ya tiene.
Si uno conociera lo que tiene con tanta claridad como sabe lo que le falta…