martes. 03.12.2024

Medidas desesperadas

En apenas dos semanas hemos pasado de tener una vida relativamente normal a un estado de privación de libertad de movimiento y de las restricciones individuales más duras que probablemente se han aplicado en la historia de España.

 

En un mes hemos asistido incrédulos a la escalada de una epidemia que no hace demasiado tiempo veíamos lejana geográficamente. Nos creíamos inmunes pero en este mundo globalizado todo, absolutamente todo, llega a todos los rincones, sea bueno o malo.

 

En estas semanas hemos visto un gobierno que se tomaba este tema con moderación, llamando a la calma a la población y tomando medidas muy escalonadas a pasar a un extremo radicalmente opuesto. La decisión dominical de restringir al mínimo la actividad económica demuestra, sin yo ser ningún experto ni quererlo, que el Gobierno de Pedro Sánchez está realmente asustado por la evolución de esta pandemia en nuestro país.

 

Tomar una medida de este calado significa no ya ralentizar al mínimo la economía de todo el país y condenarlo a un crecimiento negativo, sino ir mucho más lejos. El precio que se puede pagar en términos económicos de este auténtico parón de 15 días puede ser elevadísimo y llevarnos a una recesión que puede alargarse más allá del 2020. No lo digo yo. No me atreviría a ello. Lo dicen los muchos expertos que han ido hablando y contemplando diferentes escenarios. De todos estos escenarios el más duro era el que afrontamos este lunes.

 

No cuestionaré la necesidad sanitaria de enviar a casa a millones de trabajadores y paralizar en seco también centenares de miles de empresas, grandes, medianas o pequeñas. Evidentemente la salud y las vidas de las personas van por delante de cualquier consideración. Lo que está claro es que esta crisis, al menos de cara a la galería, este gobierno no la está manejando de forma eficiente y ágil. Tengo la sensación de que vamos a remolque de las circunstancias y del miedo.

 

Quiero, espero y deseo que estos 15 días de confinamiento laboral estricto sean la clave para tumbar la maldita curva de contagios y muertes. Si es así, el daño económico pertrechado en empresas y trabajadores habrá valido la pena, por que no podemos seguir dejando atrás a miles de ciudadanos.

 

Yo era, hace días de los que pensaba que solo quedaba sumar y que ya habría hora de realizar balances y de buscar responsabilidades por ineficacia si las había habido realmente. Ahora mismo me he vuelto un incrédulo. Y lo que más me preocupa es que, en semejantes circunstancias de emergencia salga una ministra a la palestra lanzando un aviso a navegantes de que no admitiran presiones de ningún tipo a la aplicación de estas nuevas restricciones.

 

Lo cierto es que esta decisión se ha tomado sin consenso de las patronales y que generará un gran daño y los empresarios han de poder quejarse y protestar y reclamar, como también lo tienen que poder hacer los sindicatos. No tolerar la discrepancia es pretender tener siempre la razón y en los momentos de excepcionalidad que vivimos, estas actitudes no suman.

 

Este Gobierno tiene que unir a los españoles; sean obreros, autónomos o empresarios, vivan en la comunidad que vivan, tengan la capacidad económica que tengan... Me gustaría también, por una vez, ver a un político diciendo "Lo siento. Nos equivocamos por que somos humanos, por que no siempre tenemos la razón y ahora recificamos por que buscamos el bien común y por que escuchamos a todo el mundo.

 

Necesito creer en nuestros líderes, los elegidos legítimanente por los españoles en las urnas. Todos lo necesitamos pero tienen que exhibir más credibilidad y solvencia. De la misma manera quiero y deseo a unos partidos de la oposición que tomen nota, que aporten en positivo y que eviten entrar en una guerra de reproches. No vale todo en política y menos en las actuales circunstancias.

 

De todo hay que tomar nota; de la falta de autocrítica y también de la crítica gratuita y excesiva.

 

Quiero pensar en que más pronto que tarde saldremos de esta y que la clase política también vivirá un antes y un después.

Medidas desesperadas