Vivimos en un mundo basado en la confianza. Cada vez que sube a un avión, va al medico o al mecánico, confía que esos profesionales van a hacer bien su trabajo. Nos ponemos, literalmente, en sus manos. Si nos defraudan, y vivimos para contarlo, les quitamos la confianza.
¿Puede imaginar lo que sería vivir sin confiar, absolutamente, en nadie? Es imposible. La confianza es la base a partir de la cual construimos nuestra relación con el mundo. En el origen, es innata. Cuando se nace, solo se puede confiar de manera total en los progenitores. Es una conducta que vamos a moldear a partir de las experiencias. Sabemos que el bienestar esta directamente relacionado con la confianza. Es más, aprendemos a confiar en nosotros mismos y vamos incrementando nuestra autoestima. La desconfianza es un aprendizaje posterior y doloroso.
La confianza en los demás es básica porque somos seres sociales y necesitamos establecer relaciones poderosas. Las relaciones amorosas, duraderas y satisfactorias están basadas en la confianza. El estudio más largo del mundo sobre felicidad y salud, que empezó en los años 30 en Harvard, concluye que el factor que más influye en la percepción subjetiva de felicidad son las relaciones de calidad. Relaciones basadas en la confianza. Casi nada.
A veces dejamos de confiar en alguien por una conducta inesperada, que nos defrauda. La confianza cuesta tiempo y esfuerzo conseguirla, pero se pierde con mucha rapidez. Entonces nuestra conducta se vuelve suspicaz, recelosa y empezamos a pensar mal porque dudamos de ella. La comunicación pierde calidad y cantidad. Pensamos más en protegernos que en reconstruir. Dependiendo del vinculo con esa persona, la volvemos a reconstruir con esfuerzo y pidiendo a esa persona que no vuelva a fallarnos. Damos segundas oportunidades. En las relaciones que nos importan, hijos, amigos... tendremos que aprender a cuidar y reconstruir la confianza tantas veces como creamos necesario.
"La confianza cuesta tiempo y esfuerzo conseguirla, pero se pierde con mucha rapidez"
En procesos de coaching, un área a explorar es el nivel de confianza del coachee. Es la llave de la comunicación. La confianza es como un taburete que tiene tres patas: sinceridad, competencia y credibilidad.
Sinceridad porque lo que dice la persona es cierto y no trata de mentirnos. Hay honorabilidad en su palabra. Le creemos y no trata de engañarnos.
La persona a la que vamos a dar nuestra confianza debe de ser competente, debe saber lo suficiente para poder cumplir con sus compromisos. Sea piloto, medico o mecánico. De nada sirve la sinceridad si no tiene la pericia suficiente.
En cuanto a la credibilidad tenemos que echar mano de los antecedentes de la persona. Si anteriormente cumplió con sus compromisos. La historia pasada modifica nuestros pensamientos actuales y la convertimos en predicciones conductuales. Si lo hizo bien el pasado, lo hará bien en el futuro.
Miremos ahora que ocurre cuando en los equipos no aparece la suficiente confianza. Lo resume, estupendamente, Patrick Lencione, experto en el tema de gestión de equipos, en su libro “Las cinco disfunciones de un equipo”, obra de referencia para todos los que nos dedicamos a desarrollo de equipos.
Apunta que la salud de los equipos es parecida a la nuestra. Hay que cuidarla y fortalecerla. Si no, los equipos se vuelven poco efectivos y tóxicos para el resto de la organización. A modo de pirámide, sitúa en la base la ausencia de confianza. Como hemos visto es la llave que abre las puertas de la excelencia, ya que permite relacionarnos de manera efectiva. Si no confían entre ellos, no se mostrarán como son, no se abrirán y esconderán sus errores y debilidades. Veamos qué consecuencias tiene esto.
Al no existir confianza, se evitarán las discusiones para no tener que decir lo que realmente piensan. Se crea una falsa armonía porque el objetivo es evitar el conflicto, porque no saben ni cómo manejarlo ni qué consecuencias tendría. Sabemos que la gestión de las discrepancias es fundamental para el avance del equipo. Detrás de la gestión de los conflictos está la innovación. Mejor ni lo tocan, no vayamos a liarla.
La consecuencia es que, tal y como está el patio, como no se discuten las cosas ni se debaten en la toma de las decisiones, hay una falta de compromiso por parte de los miembros del equipo. Llegan a un acuerdo implícito de pacto de silencio. El objetivo es sobrevivir.
Esa situación da paso a la siguiente disfunción: si no hay compromiso hay una tendencia a evitar responsabilidades. Muy lógico. El equipo intenta trabajar con estándares lo mas bajos posibles, cumpliendo los mínimos. Aparecen las excusas. Nadie se preocupa ni se atreve a evidenciar la situación.
Las personas del equipo saben que lo importante es sobrevivir y sus prioridades son ellos mismos. Aparece una falta de atención a los resultados, que pasan a un plano secundario. Y así va el equipo, ¡que lastima!
Las disfunciones nunca vienen aisladas. Van apareciendo una detrás de otra, con coste alto en resultados económicos, emocionales y de clima laboral. Menos mal que los líderes de los equipos saben que una de sus funciones es generar el contexto donde pueda aparecer la confianza. Es el ADN de la excelencia.
Algunas ideas para potenciar o reconstruir la confianza que tienen ver con la estructura de la confianza: sinceridad, competencia y credibilidad. En sinceridad, empiece usted. Ábrase y la probabilidad de que el otro lo haga es más alta. En competencia, compruebe qué le falta a usted o al otro, y facilítelo. Empodérese o empodere al otro competencialmente. Y en credibilidad pasa por conversar y realizar encargos de manera clara y precisa. Lo dicho, es cuestión de confianza.