domingo. 24.11.2024

Madurescentes en acción

La etimología es una parte de la filología y de la lingüística que nos permite conocer el origen y significado de las palabras que utilizamos. Así, la palabra “jubilado” proviene del latín “iubilare”, que significa “gritar de alegría” y se refiere a una persona que ha dejado de trabajar y forma parte de la clase pasiva, cobrando una pensión. Curioso que en la cultura anglosajona se utilice la palabra “retirado” como el que ya no sirve, que está fuera de la circulación. Las dos palabras son sinónimos. Estos días se ha vuelto a hablar de los “pensionistas” y de sus justas reivindicaciones, conectadas con la dignidad y la supervivencia. Pero algo ha cambiado a nivel social y no sabemos el impacto que tendrá.

 

Parece ser que la jubilación la inventaron los romanos. Los soldados que habían estado en activo 25 años recibían una parcela de tierra y una ayuda equivalente a 12 años de sueldo. Lo podían hacer porque eran pocos los que llegaban con vida a cumplir con las condiciones exigidas.

 

Fue a finales del s. XIX y principios del s. XX que se produjo un movimiento de la clase obrera en Alemania e Inglaterra ante la desesperación de no ser útil, ya por edad o incapacidad, y no tener posibilidad de ganarse el sustento ni en su antigua profesión ni en ninguna otra. Recibir un subsidio publico al final de la vida fue una gran victoria social.  

 

En España nos tenemos que remontar a la década de los 60 en donde se pasó de la previsión social al invento de la Seguridad Social. No se quien dijo que “la Seguridad Social fue el acto poético del siglo XX” y no puedo estar más de acuerdo. Disponemos de un sistema de protección universal ante enfermedad, maternidad, accidentes, invalidez, vejez y muerte. Ya sé que es perfectible y recibe un montón de criticas, pero la idea es de una belleza inaudita.

 

Pero las cosas van cambiando. La pirámide poblacional se invierte, la esperanza de vida se alarga, la sociedad se transforma, los valores cambian y necesitamos reinventarnos. Las épocas de cambio siempre son un lío. Lo antiguo no acaba de desaparecer y a lo nuevo le cuesta nacer. Andamos confusos y eso tiene coste.

 

Antes las cosas estaban más claras. La vida estaba dividida en tres etapas, más o menos: Estudiar, trabajar, jubilarse. Y ya está. Existía una cosa, que sale en los libros, que se llamaba “contrato indefinido”. Seguro que les suena. Era algo así como una fantasía de estabilidad para toda la vida.

 

A partir de ahí todo se complicó enormemente. Aparecieron las diferentes generaciones y sus clasificaciones (aproximadas): Baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964), Generación X, (1965- 1980), Millennials (1981- 1994) y Generación Z (están estudiando). Cada una con software propio, buscando su sitio en la empresa y en la sociedad. Aunque sobre los millennials se ha escrito mucho y van a ayudar a cambiar el mundo empresarial, aquí quiero referirme a un colectivo que se está configurando con fuerza y del que vamos a oír hablar mucho por la cantidad de temas que tienen que reivindicar: son los madurescentes, los que tienen entre 50 y 70 años o más.

 

Antes una persona anciana podía tener 60 años. Con los avances médicos y la esperanza de vida aumentada, la ancianidad se va mas allá de los 80, siempre que estén con facultades físicas y mentales aceptables. Decía el filosofo Aranguren que “el viejo se sabe viejo pero no se siente viejo”. Los madurescentes ya tienen cicatrices vitales de éxitos y fracasos. Saben que no aprendemos con los años, sino que aprendemos con los daños. Saben de qué va la vida y se niegan a ser clases pasivas. Han ajustado sus expectativas porque leen con finura la realidad. No tienen tanta energía como los jóvenes, pero han desarrollado una ponderación de las cosas que les acerca a la sabiduría. Manejan el tiempo mucho mejor y saben de su finitud. También saben que es mejor mirar hacia delante que no quedarse instalados en el pasado, porque aprecian la vida como en ninguna otra etapa de la vida. Se sienten pletóricos y con ganas.

 

Pero sobre todo tienen un bagaje de aprendizajes equivalentes a seis masters. Han aprendido un montón porque han vivido un montón. Por algo es que a partir de los 50 es cuando se entra con mas fuerza en la felicidad. Hasta entonces solo has tenido tiempo de trabajar, de cuidar de los hijos y padres, de hacer frente a los gastos financieros y poco más. Hemos estado exhaustos y es difícil ser muy feliz desde el agotamiento.

 

Los madurescentes están emergiendo con mucha fuerza. Échele un vistazo al blog de Laura Rosillo, experta en madurescencia y se dará cuenta del potencial que tienen.

 

Ahora bien, ¿qué hacen las empresas con los madurescentes que tienen? ¿Aprovechan el talento y los aprendizajes? ¿Los utilizan como mentores para transferir experiencias? ¿Para aprovechar sus conocimientos como estrategas? ¿Para acompañar a los millennials en sus rápidas carreras? No estoy muy seguro de que se aproveche el talento de los madurescentes.

 

Vivimos en una sociedad que idolatra la juventud. Que el paso de los años te va convirtiendo en un futuro “retirado”. Que tener 50 años o más te impide optar a muchos puestos de trabajo y se te cierran muchas puertas.  Por eso creo que los madurescentes tiene mucho trabajo en acelerar el cambio de algunos valores de nuestra sociedad. Al fin y al cabo, la juventud se pasa con el tiempo y todo el mundo acabará siendo madurescente y con derecho a voto.

Madurescentes en acción