El otro día estaba parado en un semáforo y delante mío había un malabarista tirando los bolos al aire con mucha destreza. Tengo que reconocer que me fascinaba su habilidad. Un poco antes de que el semáforo cambiase a verde pasó la gorra por los coches que estábamos en primera fila para recoger unas monedas. Tenía una función cada minuto o minuto y medio. Me dio por pensar en la controvertida ley de las 10.000 horas, según la cual para ser muy buenos en algo hay que practicar ese número de horas. Pensé en mi malabarista y me lo imaginé practicando una y otra vez hasta llegar al nivel actual. ¡Así cualquiera! Hasta yo sería capaz.
El caso es que llegué a mi destino. Iba a asistir a un concierto de jazz que fue una auténtica sorpresa. Una cantante y trompetista muy joven, 23 años, acompañada por un grupo de músicos de alto nivel. Derrochaban talento. Sonaban como los ángeles. ¡Que profesionalidad! No se porque me puse a pensar en la ley de las 10.000 horas y me pregunté que si yo hubiera practicado todas esas horas ¿podría tocar la trompeta como ella? Me entro la duda. Cantar no, seguro, pero tocar un instrumento con dignidad casi seguro. Aunque dudo que me seleccionaran para tocar en ese grupo. Me enteré luego de que la cantante empezó sus clases de música a los 7 años y ahora había firmado para grabar en Nueva York.
Todo esto me dio por pensar y hacerme algunas preguntas. ¿La práctica lo es todo? ¿Acumular experiencia es igual a desarrollar talento? Quizás no me hacía las preguntas correctas.
El caso es que me picó la curiosidad y googleé algunos datos sorprendentes. Este estudio lo empezó Anders Ericsson en la Academia de música de Berlín que dividió a los estudiantes en tres grupos: Los que llegarían a ser violinistas estrellas, otro grupo que sería de buenos violinistas y un tercer grupo que llegarían a ser profesores de música pero que no tocarían profesionalmente. Todos habían empezado a tocar a los 5 años de edad. En este estudio quedó demostrado que los que llegaron a ser músicos sobresalientes habían practicado 10.000 horas, los buenos habían llegado a 7.800 horas y los profesores lo habían hecho durante 4.600 horas. Ergo, las conclusiones fueron claras: la práctica continuada y exigente te acaba llevando a la excelencia.
Para ello se requiere empezar a una temprana edad, que te permita acumular entre 5 y 10 años de práctica deliberada. Cuentan que Mozart después de un concierto ofreció al público tocar una sonata de Bach. ¿Cuál de ellas?, preguntó un asistente. “La que quieran”, contesto Mozart, “me las sé todas”. Mozart tenía 7 años. El talento de Mozart queda fuera de toda duda. Tenía oído absoluto y se pasó más tiempo delante del clavicordio que jugando con sus amiguitos. ¿Qué hubiera sido de Mozart si no hubiera practicado? No sé si él hubiera sido más feliz, pero nosotros sí que hubiéramos sido más infelices por perdernos su deliciosa música.
Más o menos estas fueron las conclusiones del estudio. Malcom Glanwell, divulgador y periodista, escribió y popularizó esta teoría con el libro “Los fuera de serie”, dando ejemplos de diferentes sectores sobre la importancia de la práctica para convertirse en un experto. La clave: práctica deliberada de 10.000 horas de esfuerzo, no siempre divertido.
Pienso que además de empezar pronto, como Rafa Nadal que le daba a la raqueta con su tío Toni cuando tenía 4 años, hace falta un determinado entorno familiar adecuado, que entienda el potencial y apoye el tema. Y luego un tutor que ponga foco y disciplina en el alumno.
Pero me tropiezo con un contra estudio que dice que la práctica continuada es importante pero no tanto como podría esperarse. Las universidades de Princeton y Rice University hicieron un estudio macro con un total de más de 11.000 participantes de múltiples disciplinas (música, profesiones, deportes, enseñanza ) y llegan a la conclusión de que solo la práctica explica un 12% del rendimiento, pudiendo llegar al 24 % en temas previsibles, como deporte y juegos. ¡Vaya!, la práctica no lo es todo, aunque reconoce su importancia.
Lo que está claro es que la práctica no garantiza el éxito, pero que no practicar sí que garantiza el fracaso.
La clave para ser un buen orador es estructurar el discurso y practicar y practicar. Eso ahuyenta la ansiedad y el miedo escénico. Y entender que solo puedes improvisar si vas muy bien preparado. Dicen que la distancia entre los sueños y la realidad se llama disciplina. Todo esto parece de sentido común, pero no lo es.
Desde mi rol como coach me encuentro con procesos que dan vueltas a este tema. Hay que incorporar la perseverancia en las creencias que vas a utilizar para conseguir lo que te propones. Y aquí es donde pinchamos: queremos resultados inmediatos y si no los tenemos nos frustramos y abandonamos. Y no hay edad para practicar. Algunos empiezan muy jóvenes y la fórmula del éxito parece ser que es: precocidad, talento, mucha práctica y cierta madurez. Si usted ya no es tan joven, quite la precocidad, utilice el talento que tiene y practique sin desánimo.
Y si no le sale bien es que todavía no ha practicado lo suficiente. Seguramente no se convertirá en un genio, pero desarrollará algún talento, forjará mejor su carácter y se divertirá mucho.