Leo la última entrevista de Bill Gates, a propósito de su nuevo libro 'Cómo evitar el desastre climático', donde compara la pandemia con la emergencia climática. Nada que ver. La pandemia será, cada vez ,más manejable, pero el cambio que está sufriendo la naturaleza va a tener consecuencias apocalípticas para los humanos. Tenemos 30 años para mitigar la catástrofe.
Dicen que el último en enterarse de que está en el agua es el pez, porque no tiene distancia de la misma. Me parece que a nosotros nos pasa algo parecido. Tenemos delante una fuente de inspiración absolutamente fiable a la que no solo no le hacemos caso, sino que la maltratamos: la naturaleza.
Lleva 3.800 millones años generando soluciones creativas y sostenibles, adaptándose y reinventándose en múltiples ocasiones. Se autorregula, es innovadora, limpia, no genera residuos y es sostenible. El principal problema somos nosotros, que le hemos perdido el respeto y creemos que está a nuestro servicio, generando una conducta suicida como especie. Se nos olvida que la naturaleza no nos necesita para nada.
Existe una ciencia, incipiente, que emula las mejores ideas de la naturaleza para resolver problemas humanos, creando tecnología, procesos y productos: la biomímesis o biomimética. Consiste en imitar a la vida, preguntarse que hace la biología para resolver los problemas y diseñar soluciones a escala humana. Digo que es incipiente porque no se está utilizando a gran escala. Leonardo da Vinci emuló a la naturaleza cuando diseñó sus máquinas voladoras observando la anatomía de los pájaros. Le faltaron materiales ligeros.
Encontramos ejemplos aislados en los últimos 400 años, pero la ciencia como tal surge hace unos 20 años, cuando Janine Benyus escribe el primer libro sobre el tema. La naturaleza no es solo el modelo a seguir, sino que es el mentor del que aprender. Puntualiza que “la cuestión real no es si el producto o proceso es natural, sino si está bien adaptado a la vida en la Tierra a largo plazo”. Su área de aplicación es muy amplia, ya que abarca toda la actividad humana, desde la educación a la organización social, el mundo de los negocios y las ciencias. Se trata de investigar e identificar los modelos, sistemas, procesos y elementos de la naturaleza y usarlos como fuente de inspiración para los proyectos humanos.
Me recuerda un interesante programa de televisión que lleva el titulo ¿Cómo lo hacen? (How do they do it?) donde exploran objetos ordinarios y cotidianos y nos explican el proceso de fabricación. El lema de la serie es “Detrás de lo común está lo extraordinario”. La biomimética es lo mismo: ¿Cómo lo hace la naturaleza para resolver los problemas?
Hay algunas aplicaciones muy conocidas al respecto. La observación de los termiteros africanos ha permitido construir un edificio en Zimbabwe que tiene el mismo sistema de refrigeración pasivo copiado de las termitas. Hemos aprendido de los moluscos a hacer un pegamento natural que aguanta condiciones adversas de presión, humedad y temperatura.
Se está investigando cómo aprovechar la energía solar imitando la fotosíntesis de las plantas, que con dióxido de carbono, agua y luz solar acaban produciendo oxígeno y material celular. Se diseñan superficies antibacterias basadas en la estructura de la piel del tiburón.
Es interesante conocer cómo la naturaleza ha ayudado a las empresas en temas de innovación. ¡Qué gran maestra! Aunque la biomimética se ha utilizado poco y nos falta mucho por aprender. La pregunta es: si tiene utilidad en los sistemas tecnológicos, ¿también la tienen en los sistemas humanos? ¿Podemos aprender formas diferentes de organización y relación basadas en la naturaleza?
Parece ser que sí. Hablo con la Dra. Edita Olaizola, que ha diseñado un nuevo modelo de gestión corporativa, Biomimética Organizacional. Opina que en las organizaciones existen diferentes enfoques que incorporan avances sociales como la Responsabilidad Social Corporativa, economía circular, etc. que agregan valor, pero tienen una característica común: son modelos antropocéntricos. Su propuesta es precisamente cambiar el foco “hacia una cosmovisión que sea capaz de colocar a las organizaciones en una postura de aprendizaje continuado mirando a la naturaleza, e integrarse como un ecosistema más capaz de respetar a los demás sistemas que componen el planeta”.
Este cambio conllevaría incidir en dos focos: uno, el modelo corporativo, ya que las estructuras y valores condicionan conductas, y dos, el diseño de un nuevo modelo de liderazgo. “Se necesita una generación más joven de nativos digitales – añade Olaizola- que está empezando a concebirse a sí mismos como un grupo planetario que habita una biosfera común. Extienden la empatía de una forma más expansiva, piensan en sí mismos como miembros de una especie amenazada y empatizan con su condición común en una Tierra desestabilizada. Y un creciente número de jóvenes está empezando a dar un último paso más allá, empatizando con todas las otras criaturas con las que compartimos una herencia evolutiva”.
Me parece un tema interesante y, desgraciadamente, novedoso, aunque lo hayamos tenido delante todo el tiempo. El trabajo es arduo porque conlleva una revisión profunda de valores y creencias para cambiar el foco de empresas basadas en el beneficio económico a empresas sostenibles en armonía con la naturaleza. Cuando lo que nos jugamos es la supervivencia, todas las ideas son bienvenidas.