Leo que Ugur Sahin y Özlem Türec, hijos de emigrantes turcos, son los propietarios de BioNtech, empresa de biomedicina que ha desarrollado una vacuna contra el Covid19. Ella, nacida en Alemania de padres turcos, ambos médicos. Él llego a los cuatro años, con sus padres emigrantes en busca de un futuro mejor para su hijo. El padre encontró trabajo en la Ford y pudieron darle la mejor vida posible a su hijo. Imaginamos el orgullo de los padres y el sentido que tuvo el esfuerzo realizado por emigrar a un país lleno de oportunidades. Hoy están entre las 100 primeras fortunas de Alemania. Seguro que no le regalaron nada. Lo que tiene es producto de su esfuerzo y tesón. La meritocracia funciona. En este caso la meritocracia ha funcionado.
Inicio las clases en el MBA de la Universidad. Es un posgrado. Los alumnos son inteligentes, bien preparados y aprenden rápido. Son un poco más jóvenes que el año pasado, ya que no hay trabajo y deciden seguir estudiando un master para mejorar su formación y tener mejores conocimientos y poder tener más oportunidades de mostrar sus méritos. Tienen la esperanza de que la meritocracia funcione y puedan tener un trabajo interesante y sueldos suficientes.
Asisto a la entrega de ordenadores para un colegio en un barrio donde los emigrantes son mayoría. Hablo con la directora y me dice que la mayoría de las familias han venido en busca de mejores oportunidades para sus hijos, ya que en sus países de origen no tienen ninguna opción de mejora. Me impresiona ver la atención de los niños de primaria y espero que puedan preparase y ser reconocidos por sus méritos. Aunque serán muy pocos los que lo consigan.
Visito una asociación que tiene un banco de alimentos y que ofrece habitaciones a personas y familias en riesgo de exclusión a un precio muy módico. Hablo con los responsables y me dicen que más que ofrecer habitaciones y alimentos, lo que procuran es dar dignidad a las personas que no tienen nada. Me comentan la rápida recuperación de los usuarios cuando disponen de un sitio digno para vivir. Ellos no han escogido estar en esa situación y, aunque es posible, les va a costar mucho salir de ella. La meritocracia les pilla muy lejos.
La crítica a la meritocracia no es nueva. Leo el reciente libro de Michael Sandel, “La tiranía del mérito” (Debate) y me identifico con sus tesis. Sandel, profesor de filosofía política en Harvard, premio Príncipe de Asturias y divulgador, capaz de llenar estadios para escucharle, da la responsabilidad de la bipolarización de la sociedad americana y el auge del populismo a las miserias de la meritocracia.
La meritocracia parecía una buena idea. Si la igualdad de oportunidades está garantizada, parece lógico que prosperen los que más se esfuerzan y dedican su talento a trabajar con ahínco. En teoría, llegan los mejores, los más capacitados. Por fin se descarta la posición social o la riqueza frente a la capacidad individual. “Si te esfuerzas, podrás conseguirlo”, que predicaba Obama. Todo el mundo tiene la posibilidad de prosperar.
Esta ideología, nacida en Norteamérica, se adoptó por la mayoría de los países y se pervirtió rápidamente. Mas que recompensar a las personas por su esfuerzo se convirtió en una redistribución de las oportunidades de estar en la clase privilegiada. No todo el mundo tiene las mismas oportunidades, ni mucho menos. Que se lo pregunten a las personas desfavorecidas del centro asistencial que visité. También habría que ver el porcentaje de niños emigrantes que tendrán opciones para acumular méritos y que se les reconozcan.
La meritocracia genera una sociedad polarizada, no solo en USA, sino aquí también. Promueve entre los ganadores la soberbia y entre los perdedores la humillación y el resentimiento. A los ganadores se les olvida el papel de la fortuna y de la buena suerte en su propio destino, ya que la mayoría proviene de familias bien situadas. No digo que no hayan trabajado duro, sino que han tenido la oportunidad de hacerlo, mientras que los perdedores lo han tenido muy difícil.
En esta carrera no todos están alineados en la salida. Muchos están muy atrás en la salida. No tienen un techo de cristal sino de hormigón armado y acero. “Si mi éxito es obra mía, su fracaso debe ser culpa suya”, piensan los ganadores. Sentencia Sandel, quien ve en la ideología meritocrática una forma de tiranía que humilla a la gente corriente y crea una política elitista, donde los triunfadores “pierden todo sentido de comunidad y viven en una burbuja elitista”. Y ahí encuentra la explicación del auge del populismo con los triunfos de Trump y el Brexit, que supieron ver y explotar la humillación de los que se sentían apartados por el culto al mérito y castigados por la globalización.
La meritocracia ha creado esta dura división y ahora toca hacer una reflexión en la búsqueda de una sociedad más unida y justa. Es un camino largo pero necesario, si no queremos acabar con un enfrentamiento y colapso social. Reconozco que el libro de Sandel me ha ayudado a posicionarme con múltiples ejemplos y propuestas. Se lo recomiendo.